Escrito por Popular on May 1st, 2010
El pretexto climático 3/3 Este artículo es la continuación de:
El Protocolo de KyotoEn 1988, Margaret Thatcher había incitado al G7 a financiar un Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (GIEC) [Conocido en español por sus siglas en inglés (IPCC) y como Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, denominación que utilizaremos en lo adelante en este trabajo. NdT.] bajo los auspicios del PNUMA y de la Organización Meteorológica Mundial (OMM). En su primer informe, en 1990, el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático consideraba «poco probable» un claro aumento del efecto invernadero para «las próximas décadas o más allá». En 1995, un segundo informe de este órgano político se hace eco de la ideología de la Cumbre de Río y «sugiere una influencia detectable de la actividad humana en el clima planetario» [1]. Al ritmo de una al año, se suceden entonces una serie de conferencias de la ONU sobre el cambio climático. La de Kyoto, en Japón, elabora en diciembre de 1997 un Protocolo en el que los Estados firmantes se comprometen de forma voluntaria a reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero, principalmente las de dióxido de carbono (CO2) así como las de otros 5 gases: el metano (CH4), el protóxido de nitrógeno (N20), el hexafluoruro de azufre (SF6), los fluorocarburos (FC) y los hidroclorofluocarburos.
En la medida en que el Protocolo de Kyoto incita a los firmantes a hacer un mejor uso de los recursos energéticos no renovables, su firma parece positiva incluso a los Estados que no creen en la existencia de una influencia significativa de la actividad humana sobre el clima. Pero parece muy difícil que los Estados en vías de desarrollo logren modernizar sus industrias para hacerlas menos consumidoras de energía y menos contaminantes. Cada Estado recibe autorizaciones para la producción de ciertos volúmenes de gases de efecto invernadero que pueden repartir entre sus industrias. Los Estados en desarrollo que no utilicen la totalidad de sus permisos pueden revenderlos a los Estados desarrollados que contaminan más de lo autorizado. Con el producto de la venta [de los permisos que no utilizan] pueden financiar entonces la adaptación de sus industrias. La idea parece llena de virtudes. El problema está en los detalles. La creación de un mercado de autorizaciones negociables abre el camino a una financierización adicional de la economía y, partir de ahí, a nuevas posibilidades para proseguir el saqueo del que ya eran objeto los países pobres. Una organización caritativa, la Joyce Foundation, subvenciona varios estudios preparatorios. La dirección de dichos estudios está a cargo de Richard L. Sandor, economista republicano que ha desarrollado una doble carrera como corredor (Kidder Peabody, IndoSuez, Drexel Burnham Lambert) y universitario (Berkeley, Stanford, Northwestern, Columbia).
Bajo el estatuto de firma establecida según el derecho británico y la denominación de Climate Exchange [bolsa de valores sobre el clima], se crea un holding correspondiente a la modalidad Public Limited Company, lo cual implica que partes de dicha empresa pueden venderse a través de una oferte pública y que la responsabilidad de sus accionistas se limita a los aportes. El redactor de sus estatutos es un administrador de la Joyce Foundation, un jurista totalmente desconocido para el público llamado Barack Obama. Como resultado de dicha operación, Gore y Blood crean en Londres un fondo de inversiones de carácter ecológico denominado Generation Investment Management (GIM). Al reunir las acciones bloqueadas en el momento de la creación del holding con las que posteriormente adquiere, después del llamado público, Richard Sandor llega a poseer cerca de la quinta parte de todas las acciones. Ingenuamente, los miembros de la Unión Europea son los primeros en adoptar la teoría del origen humano del calentamiento climático y en ratificar el Protocolo de Kyoto. Pero necesitan a Rusia para ponerlo en vigor. Este último país no tiene nada que temer en la medida en que el límite que se le fija no puede perjudicarlo, dado su retroceso industrial posterior a la disolución de la URSS. 2002: cuarta «Cumbre de la Tierra» en Johannesburgo y recordatorio de las prioridades por parte del presidente francés Jacques ChiracLa cumbre de Johannesburgo, en Sudáfrica, no presenta para Estados Unidos mayor interés que la de Nairobi. La agenda estadounidense está orientada exclusivamente hacia la guerra global contra el terrorismo. Por lo tanto, las cuestiones medioambientales tendrán que esperar. En Johannesburgo, la conferencia abandona el ambiente festivo que había primado en Río y se concentra en temas precisos: el acceso al agua y a la salud, el agotamiento previsible de las fuentes de energía no renovables y el precio de esta última, la ecología de la agricultura y la diversidad de las especies animales. El clima es un tema entre tantos otros.
La cumbre se convierte bruscamente en terreno de confrontación cuando el presidente francés Jacques Chirac declara: «Nuestra casa está en llamas y nosotros estamos mirando hacia otro lado. La Naturaleza, mutilada y sobreexplotada, no logra reconstituirse y nosotros nos negamos a admitirlo. Furiosos, los altos funcionarios de la delegación estadounidense sabotean las negociaciones. Enfrascada en la instalación del centro de tortura de Guantánamo y de prisiones secretas en 66 países, la administración Bush tiene sin embargo el descaro de dar lecciones al resto del mundo y condiciona todo compromiso estadounidense a la obtención de concesiones de los países del Sur en materia de derechos humanos y de lucha contra el terrorismo. Copenhague, en espera de la Cumbre de la Tierra de 20122012 será el año de la quinta Cumbre de la Tierra y de la revisión del Protocolo de Kyoto. Pero Washington y Londres han decidido convertir la 15ª conferencia sobre el cambio climático en una gran cita intermedia. No hay más remedio que reconocer que la economía estadounidense está en baja y que no logra rebasar su crisis interna. Por otro lado, como la resistencia a la globalización forzosa se hace cada día mayor es conveniente presentarla de otra manera para obtener su aceptación. Habrá que decir que las cuestiones medioambientales exigen una administración global cuyo liderazgo tiene que estar en manos de los estadounidenses. Y para lograrlo hay que demostrar la ineficacia de la ONU en ese sector.
Una larga y poderosa campaña de propaganda precedió la conferencia de Copenhague, comenzando por el filme de Al Gore An Inconvenient Truth, (en castellano esta película lleva el título de: Una Verdad Incómoda) presentado en el Festival de Cannes de 2006, documental que le valió a Gore el premio Nóbel de la Paz correspondiente al año 2007. Al Gore es un especialista de la manipulación de las masas. Fue el organizador, a fines del siglo 20, de la campaña de alarmismo milenarista vinculada al llamado «error informático del año 2000». Suscitó entonces la creación de un grupo de expertos de la ONU, el Y2KCC –en todo sentido comparable al Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático–, para ofrecer la apariencia de que existía un consenso científico alrededor de lo que en realidad no era otra cosa que la magnificación de un problema menor [4]. Varios filmes de ficción se agregan al documental de Al Gore. El PNUMA divulga mundialmente el filme Home, del fotógrafo francés Yann Arthus-Bertrand, el 5 de junio de 2009. Algo similar sucede con 2012, el filme hollywoodense del alemán Roland Emmerich, que presenta el derrumbe de la corteza terrestre bajo el peso de las aguas y el salvamento de los capitalistas más adinerados gracias a dos modernas arcas de Noé mientras que los pobres perecen bajo las aguas. Aparentemente, la conferencia de Copenhague debía resolver la cuestión de los gases de efecto invernadero estableciendo límites para las emisiones y ayudas destinadas a los países en desarrollo. El presidente ruso Dimitri Medvedev, perfectamente cómodo en medio de toda esta farsa, preparó una maniobra que puede resultar muy productiva para su país.
De forma nada sorprendente, los anglosajones mueven sus peones utilizando al presidente francés Nicolas Sarkozy, enteramente satisfecho este último de verse en el papel de deus ex machina. Pero el presidente venezolano Hugo Chávez cuestiona la problemática de la cumbre, sin desalentar por ello a las asociaciones ecologistas que se manifiestan ante el centro donde se desarrolla la conferencia. Cochabamba, la antítesis de CopenhagueEl presidente boliviano Evo Morales expone sus propias conclusiones sobre la cumbre de Copenhague. Para él está claro que las grandes potencias están jugando con el medio ambiente. Como ya viene sucediendo con muchos otros temas, las grandes potencias pretenden utilizar la cuestión del medio ambiente en beneficio propio y en detrimento del Tercer Mundo. El presidente Evo Morales convoca entonces a una «Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra». El encuentro se desarrolla 4 meses más tarde en Cochabamba, Bolivia. En Río, la firma de relaciones públicas Burson-Marsteller había dado realce a las asociaciones como medio de legitimar las decisiones tomadas a puertas cerradas. En Cochabamba sucede lo contrario. Las asociaciones, excluidas del centro de conferencias de Copenhague, son ahora los actores de la toma de decisiones. La comparación con el Foro Social Mundial deja de ser válida. El objetivo del Foro Social Mundial es ser la contraparte del Foro Económico de Davos y para ello se exila a sí mismo en el otro extremo del mundo, como recurso para evitar los enfrentamientos que ya se habían producido en Suiza. Lo que se cuestiona ahora es la ONU. El presidente boliviano Evo Morales y su ministro de Relaciones Exteriores, David Choquehuanca, abordan las cuestiones medioambientales desde su propia cultura de indios aimaras [7]. Rompiendo con la lógica dominante, Morales y Choquehuanca rechazan el principio de las autorizaciones negociables, estimando que no se puede permitir, y mucho menos vender, algo que se cree peligroso. A partir de ese razonamiento, el presidente boliviano y su ministro de Relaciones Exteriores se pronuncian por un completo cambio del principio fundamental.
La Conferencia de los Pueblos celebrada en Cochabamba llama a la organización de un referendo mundial para la institución de una justicia climática y medioambiental y la abolición del sistema capitalista. El árbol que no deja ver el bosqueEn 40 años de discusiones de la ONU, las cosas no han mejorado sino todo lo contrario. Lo que se ha producido es un increíble acto de prestidigitación que resalta la responsabilidad individual mientras que pasa por alto las responsabilidades de los Estados y oculta la de las transnacionales. Como el árbol que no deja ver el bosque. En las cumbres internacionales nadie trata de evaluar el costo energético de las guerras desatadas contra Afganistán e Irak, costo energético que incluye el puente aéreo que transporta diariamente toda la logística proveniente de Estados Unidos hacia el campo de batalla, incluyendo la alimentación de los soldados. Nadie se preocupa por medir la superficie habitada contaminada por las municiones de uranio enriquecido, de los Balcanes a Somalia y pasando por el Gran Medio Oriente. Nadie menciona las áreas agrícolas destruidas por las fumigaciones en el marco de la guerra contra la droga, en América Latina o en Asia central; ni las áreas esterilizadas por el uso del agente naranja, desde la jungla vietnamita hasta los palmares iraquíes. Hasta la celebración de la conferencia de Cochabamba, la conciencia colectiva olvidó las evidencias existentes de que los principales ataques contra el medio ambiente no son consecuencia de comportamientos individuales ni de la industria civil sino de guerras desatadas para que las transnacionales puedan explotar los recursos naturales, y de la explotación sin escrúpulos de esos mismos recursos por parte de las transnacionales que alimentan los ejércitos imperiales. Lo cual nos trae nuevamente al punto de partido, cuando U Thant proclamaba el «Día de la Tierra» en protesta contra la guerra de Vietnam.
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